Nuestra Hermandad
 

HISTORIA GENERAL DE LA HERMANDAD DE LA CONSAGRADA IMAGEN DE JESUS NAZARENO DEL PERDON.


Mario Gilberto González R. Ex – Cronista de la Ciudad de Antigua Guatemala A la memoria de Alvarito Tejeda Ramos. Ex – Directivo fervoroso. (Q. E. P. D.)


En los albores del año de 1932, un grupo de vecinos reunidos en la Plazuela de Belén –Hoy de la Paz- conversaban animadamente. Y entre plática y plática, surgió la idea de integrar una nueva Hermandad de Pasión para llenar el espacio Cuaresmal y de Semana Santa, existente entonces. La Cuaresma se iniciaba el Primer Viernes, con la Romería al Señor Sepultado de San Felipe Apóstol. Por cierto muy concurrida y fervorosa por devotos llegados de lejanos lugares. La iglesia se ornamentaba con cortinas de color morado, flores, velas, incienso, rezos y alabados, muchos perdidos en el tiempo. .En ese entonces, el término “hasta” sí expresaba la lejanía del tiempo y del espacio. ¿Dónde vives? Hasta la Calle Ancha. ¿A dónde vas? Hasta el Calvario. Para volver a vivir la Cuaresma y Semana Santa, el tiempo se detenía. La espera se hacía interminable. Al igual que cuando la procesión retornaba a su templo después de impartir la bendición, el consuelo era: “Hasta el otro año si Dios quiere…”. Ese año, tardaba en llegar. Cuando algo tardaba en realizarse, se acuñaba el dicho de que “Es más largo que la Cuaresma”. Las horas pasaban lentas. Sin prisa ni agobio y las marcaban pausadamente los relojes de la torre del Noble Ayuntamiento y del Arco de Santa Catalina, que tenían tiempo para ponerse de acuerdo para sonar al unísono sus campanas.


 
El de Santa Catalina se daba el lujo de repetirlas por si alguien despistado fuera lento en escucharlas. La ciudad de Antigua Guatemala, vivía su tranquilidad, su silencio, su sosiego en un ambiente monacal y místico, o como le dice el poeta que se “echó a dormir retrospectivamente.” Al fin, cuando llegaba el tan ansiado cuarto Viernes se Cuaresma, los caminos que conducen a la Aldea de Santa Ana, se regaban con agua fresca durante el día y de noche se alumbraban con farolitos de colores. Se volvía a aspirar el aroma del pino y del corozo, de la humilde chilca y del trébol cortado en trocitos, símbolos del ambiente cuaresmal y en las plazuelas de los templos se sentía el olor a ocote, el vaho del exquisito batido, que se servía en buculitos o jícaras pequeños. Los puestos de ventas era una mesa con los buculitos bocabajo y alumbrados con rajas de ocote o un candil de gas. Al pie, la lumbre con leños de encino y sobre tres piedras o un trebe, un bote de hojalata, donde hervía el jugo de cáscara de piña, que servía de base para el batido. ¡Qué tiempos aquellos! El Domingo –por fin- salía en procesión Jesús Nazareno y en las calles de la ciudad de Antigua Guatemala se veían pasar presurosos a los primeros penitentes cucuruchos revestidos de túnica morada. Antigua Guatemala y los antigüeños empezaban a vivir el legado de sus antepasados y su Cuaresma y Semana Santa –no solo abrían las puertas de par en par de las iglesias- sino también del corazón antigüeño que vivía intensamente la Pasión del Nazareno que por amor entregó su propia vida en cruento sacrificio. Al domingo siguiente le seguía la procesión de Jesús Nazareno de San Bartolomé Becerra. Entonces una procesión sencilla pero devocional. Al inicio lo fue dentro del casco de la finca Retana. Después recorrió las calles de la aldea. Se extendió hasta la Alameda de Santa Lucía. Novedad fue cuando alcanzó la iglesia de la Merced, donde se quedaba para salir en un paso, después de ingresar a la S.I. Catedral por la puerta del costado llamada del Perdón y salir por la puerta principal. Hoy tiene su propio recorrido por las principales calles de la ciudad de Antigua Guatemala y es una procesión solemne y majestuosa. El Viernes de Dolores era especial desde el amanecer. A las tres de la mañana, al toque de la campana mayor de San Francisco el Grande –que rompía el habitual silencio de la ciudad- se iniciaba también en silencio, el Vía Crucis del Hermano Pedro, renovado por el padre Manuel Benítez de gratísima recordación en la vida antigüeña. Sólo hombres vela en mano y confesados, dejaban escuchar sus pisadas al caminar en la calle de los Pasos, en el mayor ejercicio espiritual de la semana santa antigüeña. Era también el día cuando los sastres le ofrecían en sus talleres a la Virgencita del Calvario, un artístico huerto que mostraban públicamente. El Domingo de Ramos era esperado con emoción. Toda Antigua vivía la solemne procesión de Jesús Nazareno de la Merced. Los negocios se cerraban al mediodía. Los habitantes vestían sus mejores galas y con la alegría reflejada en sus rostros, se encaminaban hacia la iglesia mercedaria. Escuchaban primero el elocuente sermón del Padre Manuel Benítez y salían al atrio para disfrutar del momento cuando el Nazareno de los antigüeños franqueaba con cierta dificultad la puerta principal y al compás de la marcha fúnebre “La Reseña” regalaba la dulzura de su mirada penetrante con ímpetu de querer decir algo. El Lunes Santo permanecía en velación al igual que el Señor Sepultado de la Escuela de Cristo el Miércoles Santo. El Jueves Santo a las diez de la mañana, abandonaba su templo de San Cristóbal el Bajo, el bello nazareno llamado hoy de “La Humildad”. Preludio del gran Viernes Santo con la procesión mañanera del Nazareno de los antigueños, admirado por propios y extraños a su paso por las únicas, bellas, artísticas y efímeras alfombras de serrín teñido, como expresión devocional de tenderle al Nazareno antigüeño el corazón como una alfombra. Al atardecer del Viernes Santo, el Señor Sepultado de San Felipe Apóstol, guarnecido en la urna del Señor Sepultado de la Merced –por carecer de ella-, temeroso se asomaba a las goteras de la ciudad de Antigua Guatemala. Apenas llegaba a la esquina de Zacateros de donde se devolvía por la misma subidita de San Felipe rumbo a su templo. Los vecinos por nada dejaban que su Imagen se alejara tanto de su aldea y era tal el celo que los alguaciles de la Alcaldía Auxiliar, formaban círculo en la esquina de Zacateros, para que los Directivos no fueran a extender el recorrido procesional. En cambio el Señor Sepultado de la Escuela de Cristo era dueño y señor de las calles antigüeñas. Cerraba la Semana Santa las procesiones de Pésame. El Sábado de Gloria, las Vírgenes de Soledad de San Felipe Apóstol, recorría las calles de la aldea y la de la Escuela de Cristo, las de la ciudad de Antigua Guatemala. El Sábado de Gloria, era especial. Al cantar Gloria las campanas se echaban al vuelo en señal de júbilo. Momento que los padres de familia aprovechaban para pegarles a sus hijos con un chicote a la voz de “para que crezcan…” La costumbre era ir a las iglesias a llenar botellas de agua bendita que se esparcía en toda la casa el día de la Cruz. Se hacía detrás de las puertas y se decía “Salí de aquí Satanás, que en mi casa no entrarás, porque el día de la cruz, te diré mil veces: Jesús…Jesús…Jesús…y esas mil veces se contaban. Cualquier equivocación obligaba a iniciarlo de nuevo. Otra actividad jocosa era bajar a Judas del poste donde su testamento era el hazme reír de los vecinos, porque no quedaba un vecino del barrio a quien Judas no mencionara en su testamento. Se lucía la chispa y el ingenio. Se cargaba en hombros y se iba de casa en casa pidiendo “meco len para Judas”. Con ese dinero se compraban petardos y al mediodía se le prendía fuego con gran alborozo de pequeños y mayores. En una oportunidad se montó a Judas sobre las ancas de una mula que traía piñas de Palín. Al escuchar el estruendo de los petardos, la mula salió corriendo rumbo a Palín. De ese hecho quedó el dicho: “¿A qué hora te vas pa’Palín…? Así era “enantes” –como decían las abuelas- la Cuaresma y Semana Santa antigueña. Había espacio suficiente para que otra u otras Hermandades de pasión, procesionaran – tanto en los domingos de Cuaresma como en los tres días de la Semana Santa. La incipiente Hermandad, la integraban Gilberto Enrique Mendoza Castillo, Daniel Muñóz y Cayetano Gómez. En principio se pensó en la bella imagen de Jesús Nazareno de la Catedral. A principios de 1900 se acostumbraba celebrar con dicha imagen, el Santo Vía Crucis en el interior del templo catedralicio. Desconocían los señores de la naciente Hermandad que, con dicha imagen los Cofrades de Animas, Santo Ecce Homo y Jesús Nazareno de la iglesia de San Sebastián, realizaban su gran procesión el quinto viernes de Cuaresma. También que sus Cofrades para la Semana Santa de 1774, desobedecieron las órdenes terminantes del Capitán General de extender sus procesionales más allá del compás del atrio.




Fueron apresados y llevados amarrados al asentamiento de la Ermita, desde donde Mayorga despachaba los asuntos oficiales. Esa imagen nazarena, pasó de la iglesia de San Sebastián, al templo de Ntra. Sra. de las Mercedes y de ahí la llevó a la S. I. Catedral el sacerdote don Mariano Iturbide. El párroco de Catedral no dio su aprobación. En nada disminuyó el entusiasmo y el ideal de los tres soñadores. Pensaron entonces en la imagen de Jesús Nazareno, con el que se celebraba cada viernes de cuaresma, el vía crucis en la Calle de los Pasos –antes de la Amargura- y que se encontraba en la Capilla de la Tercera Orden Franciscana conocida como templo de San Francisco. En ese entonces, pertenecía a la Parroquia de Los Remedios con sede en la Escuela de Cristo. La tarde del 22 de febrero de 1932, fueron recibidos por el cura de la Parroquia de Ntra. Sra. de los Remedios –Escuela de Cristo-, que lo era don Gabriel Solares. Fue una tarde memorable porque el padre Solares les dio su aprobación. Y de una vez los instó a que elaboraran los Estatutos de la Hermandad para su aprobación canóniga y se ofreció hacer personalmente las diligencias necesarias en la curia eclesiástica, para evitar cualquier demora. El entusiasmo creció y con el apoyo del padre Solares, el martes 25 de febrero de ese año 32, celebraron la primera sesión y fueron electos los señores: Gilberto Enrique Mendoza Castillo como su primer presidente; Cecilio Paniagua, vicepresidente; Manuel Chávez, tesorero; Daniel Muñóz, secretario; Cayetano Monroy, pro-secretario; y vocales: Ermenegildo Beltrán, Marcelo Núñez, Agustín Jiménez, Angel Enríquez, Jerónimo Enríquez, Víctor Mansilla, Cecilio Aguilar, Salvador Castillo, Julio Mansilla, Juan García Mendoza y Toribio García. Las diligencias del padre Solares en la Curia Eclesiástica, fueron efectivas. Escasos quince días después de presentado el proyecto de Estatutos, Mons. Luis Durou y Suré, Arzobispo Metropolitano de Guatemala, les dio su aprobación canóniga. La noticia, fue recibida por los miembros de la Hermandad, con inusitado regocijo. No perdieron el tiempo y como reza el dicho popular de “manos a la obra”, así lo hicieron sin dilación. En el interin, tuvieron conocimiento de una bella y expresiva imagen de un Jesús Nazareno que pertenecía a la segunda Capilla del Vía Crucis situada en la esquina de la 7ª, calle oriente y Calle de los Pasos que se extiende rumbo al Calvario. Era tal el abandono y deterioro de las capillas que una piadosa señora de nombre Corona –cuyo apellido se lo llevó el olvido- pero que su nombre tiene el peso y el brillo de un símbolo, cuidó por años de la imagen nazarena y para evitar que los ladrones la robaran e hicieran mal uso de ella, pasada la Semana Santa, la llevaba a la casa de empeño de don Felipe Contreras, situada en la casa conocida hoy como Casa de los Leones y la empeñaba por la suma de cuarenta pesos plata. La sacaba de la casa de empeño, al iniciarse la Cuaresma. En esa forma la protegía de ladrones y rufianes. Con la autorización del padre Solares, el primer paso fue restaurarla. Tenía deteriorado el torax. El cambio de esa parte y agregarle ocho pulgadas más para aumentar la estatura, fue un delicado trabajo que se le encomendó a don Daniel Muñóz, -miembro de la naciente hermandad- quien hizo un trabajo de calidad ya que era un obrero cualificado de la carpintería.. El retoque de la encarnación, la hizo el pintor Porfirio López, quien tenía su taller en la Calle del Hermano Pedro, a media cuadra al norte de la iglesia de la Limpia Concepción. El padre Solares obsequió los ojos de vidrio para darle una mayor expresión a la mirada y varios vecinos contribuyeron con ropa, túnica y una mariposa de oro para asegurar la diadema.




Esta imagen era conocida como Jesús Nazareno de la Buena Esperanza.. Al momento de cambiar el tórax, don Daniel Muñóz encontró escondido en el hombro derecho, un pequeño pergamino con el nombre de la imagen, del escultor y el año. El nombre original era el de Jesús Nazareno de las Angustias. El del escultor, Carlos Bolaños y el año 1630. El documento lo entregó la Directiva al padre Solares, quien lo guardó sin saber al momento su paradero. Pueda ser que se encuentre traspapelado en los archivos eclesiásticos de la Escuela de Cristo. El día de la bendición, la Junta Directiva puesta de rodillas ante la imagen de Jesús Nazareno de las Angustias, llamado también de la Buena Esperanza y en desagravio por el tiempo que estuvo abandonada y que para protegerla hubo necesidad de llevarla a una casa de empeño, le pidió perdón y por ese acto tan sentido, acordaron que en adelante llevaría el nombre de Jesús Nazareno del Perdón. Fue colocada en el centro de un camerín delicadamente tallado, que se encontraba enfrente de la tumba del Hermano Pedro. La imagen abrazaba la cruz que estaba en forma vertical, porque no había espacio para colocarla sobre el hombro. Es la primera imagen que llevó sobre sus hombros, una cruz rectangular hecha por el carpintero Marcelo Núñez, devoto y a la vez directivo Para el Martes Santo de 1932, salió por primera vez en procesión y recorrió el mismo itinerario de las otras procesiones. Su velación fue el Sábado de Ramos. Ocupaba el corto espacio de dos bernegales pequeños, de la capilla de la Tercera Orden convertida en la iglesia de San Francisco. Las andas procesionales eran pequeñas, con patas altas cubiertas de un faldón rojo o morado. Como la puerta principal de la Capilla es pequeña, los cargadores del primer turno, tenían que hacer verdaderas proezas para sacar a la imagen sin que se dañara. Salían casi a rastras. Era un momento de expectación. Los devotos guardaban silencio y se ponía a prueba la habilidad del presidente que guiaba la salida y la los devotos cargadores. La respiración se suspendía. El corazón aceleraba su ritmo y un suspiro de tranquilidad se sentía al preciso momento cuando la cruz sin rozar el dintel de la puerta lo cruzaba y la imagen se alcanzaba a ver desde la plazuela. En ese momento la banda rompía el silencio con el saludo de la granadera. Rodilla en tierra, era recibido el Nazareno del Perdón en la tarde del Martes Santo. La misma diligencia se repetía al retornar a su templo en el anochecer. La modernidad entró a la ciudad de Antigua Guatemala, cuando se abrieron sus caminos y carreteras con las cabeceras departamentales circunvecinas: Chimaltenango y Escuinta y una carretera asfaltada acortó la distancia entre la ciudad de Antigua Guatemala y la ciudad Capital. Por consiguiente, muchos antigüeños salieron en busca de mejores fuentes laborales y la Semana Santa dejó de ser exclusiva de los antigüeños, porque empezaron a llegar vecinos de lejanos lugares del país a rememorar la pasión del doliente nazareno. Los compromisos adquiridos por los devotos cargadores e inclusive por algunos directivos, se hizo sentir y la procesión empezó a perder directivos y cucuruchos y también fieles que le acompañaran en su recorrido procesional. Fue para la Semana Santa de 1955 –hace cincuenta y cinco años- que la velación se transfirió para el Martes Santo y la solemne procesión para el día Jueves Santo, que con la presencia de devotos, antigüeños ausentes y visitantes, la procesión de Jesús Nazareno del Perdón, volvió a tener un auge sorprendente. La presencia de la centuria romana, de dos conjuntos de bandas y ampliación de sus andas procesionales, hacen solemne su presencia en las calles antigüeñas. El domingo 27 de abril de 1958, presidió el vía crucis para implorar la Beatificación del Hermano Pedro y siempre ha estado presente en las grandes ceremonias antigüeñas. En silencio y con sencillez, le acompaña la Santísima Virgen de Dolores junto a María Magdalena y San Juan.



La imagen nazarena impresiona por su altura, por las facciones de su rostro y por la mirada que lanza con mansedumbre a sus devotos. Y resalta su egregia figura cuando la envuelven las volutas de aromático incienso que sus incensantes van quemando en todo el recorrido. Su presencia en las calles antigüeñas, es un regalo para el espíritu cristiano.


Mario Gilberto González R.
Este artículo fue publicado hace cincuenta años, el Miércoles Santo 13 de Abril de 1960, en la Página editorial de El Imparcial, Guatemala. Mggr
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